Pollo's conquered lands


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Thursday, December 8, 2011

Colombia

27/05/11 – 21/06/11


El aficionado del Barça, conocido mundialmente como “Culé”, se caracteriza por ser nervioso, sufridor y, principalmente, por su facilidad de pasar de un cierto pesimismo antes del partido (“Uy, yo no lo veo claro…”)  a un rotundo optimismo cuando este termina (“Ves, ya lo decía yo que ganaríamos!”). Vaya donde vaya lleva consigo la pasión por sus colores y  el miedo a poder perderse un partido histórico, como una final de la Champions League, puede suponer que éste llegue a ser una bomba de relojería amenazando contra cualquiera que se interponga en su camino....
El dia 27 de Mayo, yo era esa bomba y mis dos vuelos  Habana – Caracas, Caracas- Bogotá eran el camino para poder llegar a ver la gran final. No había habido partido importante que me hubiera perdido en mi viaje, ya fuera de madrugada en Asia, de mañana en Oceanía o al mediodía en America, y obviamente ese no podia ser la excepción. Para añadir más polvora al detonante, la aerolína con que volaba, Conviasa, tenía reputación de ser una de las más impresentables e impuntuales que existen, por lo que mi miedo a perderme el partido del año hacian que la nitroglicerina nerviosa estubiera bien, pero que bien cargada.

Tan cargado de nervios iba, que casi  se me olvidaba que estaba cambiando de país y, a la vez, entrando en el cuarto y ultimo contiente de mi viaje. Sudamérica se presentaba en mi largo cuaderno de ruta y un nuevo parche esperaba ser cosido en mi sobrecargada mochila de viajero: ¡Colombia!







El viaje hacia la capital Colombiana constaba de dos simples fases, un vuelo de noche a la ciudad de Caracas y otro a primerísima hora hacia Bogotá, llegando a la ciudad a dos horas del partido. Teóricamente fácil, pero con el tiempo justo si surgía algún tipo de imprevisto que hiciera retrasar alguno de los vuelos. Por suerte, el único problema que hubo en la primera fase fue que, en la Habana, no pudieron facturarme la maleta directamente a Colombia, sino que me pidieron retirarlo y volverlo a facturar en el aeropuerto de la capital venezolana.


Una vez en Caracas, pasé la aduana del aeropuerto y como el segundo vuelo despegaba en tan solo 6 horas, decidí no salir y evitar así exponerme al riesgo de caminar por las calles de la ciudad más peligrosa del mundo. De este modo, me dispuse a pasar la noche en el aeropuerto, aseguré la mochila bien atada a una mesa y me acurruqué cual mendigo trotamundos para dormir en un asiento de un restaurante ya cerrado.


Cuando desperté, mi mochila seguía ahí, pero mi espalda y mi cuello parecía que se habían ido a cargar las maletas de un avión entero, ya que cada vez que me movía, ¡me sentía como un antiguo y oxidado columpio de colegio! Definitivamente no fue la mejor cama de mi viaje y menos teniendo en cuenta que, al volver a facturar la maletas, los cachondos del gobierno de Chávez me cobraron 45 dolares de salida del país! Obviamente hice todas las reclamaciones y amenazas posibles para no pagar ese dinero, que además no debería haber pagado si no hubieran tenido ese error en la Habana, pero a dia de hoy, aun sigo esperando que me contesten algun email. La noche más cara de mi viaje, y para dormir en el asiento de un restaurante! Consejo: No viajar nunca con Conviasa.


Pese a perder ese preciado dinero, estuve contento porque no hubo ningún otro contratiempo... ¡y pude llegar a la hora prevista a Bogotá! Esa fue la ciudad por donde decidí empezar mi periplo sudamericano ya que allí vivía la amable Catalina, una amiga Colombiana que trabajó conmigo durante su estancia en Barcelona.


Con ella y unos amigos fuimos a ver la final en un bar del centro y allí pude observar que, aunque todos los aficionados eran del Barça, ninguno de ellos estaba desbordado por los nervios. Todos los seguidores eran colombianos, por lo que el único culé de sangre, con las uñas devoradas y  que “no lo veía claro” , era yo. 




Cerveza tras cerveza, gol tras gol, mi felicidad fue en aumento y como no podia compartir mi locura con nadie que lo sientera como yo, tuve que coger el teléfono ¡y empezar a llamar a media Barcelona! Gran alegría la de poder hablar con mis amigos y familia en ese día, ¡aunque no tan grande el día que me llego la correspondiente factura!


Una vez quedo claro cuál es el mejor equipo de Europa y del mundo (“ya lo decía yo”), nos fuimos a celebrarlo en un bar donde sí que conocí catalanes con quienes poder enloquecer, entre los cuales estaba Abel, un personaje que resultó ser de mi mismo barrio y que ahora estaba viviendo en la capital Colombiana.


La final fue al mediodía, y con el ritmo que llevábamos por la tarde enseguida se nos hizo de noche hasta que, 14 horas después de que el árbitro pitara el fin del encuentro, me retiré destrozado para casa de Catalina.

Estuve un total de 4 días en su casa, hospedado y cuidado como un rey por la que paso a ser mi familia colombiana (sus padres, su hermano y la sirvienta), a quien estoy enormemente agradecido por su trato exquisito, sus deliciosos manjares (sobre todo los ricos tamales y ajiacos) y como no, sus interesantísimos tours por la ciudad.


Tuve la mala suerte que el primer tour que me ofrecieron fue la mañana después del partido, por lo que mi paupérrima carta de presentación a la elegante familia consistió en ir a ver edificios y monumentos, mientras yo moría en esfuerzos para disimular mi monumental resaca de caballo.


Vimos las cosas más “chéveres” de la Bogotá, como el palacio de Gobierno, el barrio de la Candelaria o el distrito financiero. Descubrí que esta ciudad, situada en la sierra de los Andes, es una de las urbes a más altitud del mundo (¡2600m!) y con uno de los clima más irregulares y extraños del planeta, pues no existen las estaciones del año, y en un mismo día pueden pasar de -5ºC a 20ºC


Su gran población (7millones de personas) se caracteriza por ser de riqueza sumamente impar. De hecho, como en tantos otros sitios de Sudamerica, esto se extrapola a todo el país, donde una minoría de clase alta dispone de mucha riqueza, mientras que la gente restante, de clase baja, no tiene los recursos básicos para la supervivencia.  Esto hace que ciertas zonas de la ciudad sean altamente inseguras y que la delincuencia sea algo frecuente en esos sitios. Si además tenemos en cuenta la presencia de grupos armados como las FARC, hace que la sensación de peligro se multiplique aún más. Un hecho que da muestra de ello, es la prohibición de aparcar automóviles en la calle o el chequeo de la parte inferior del coche que se hace cada vez que uno entre en un parking privado. Pese a eso, yo seguí igual de suertudo y no tuve ningún percance durante mi estancia…


Quizás me sentí más seguro porque siempre iba con gente de la ciudad, con Catalina, con sus padres o con Diana, una amiga de Cata, que se ofreció a llevarme al museo de historia nacional. Allí me culturicé un poco más y leí sobre la historia de Colombia y Sudamérica. Descubrí que en la época precolombina había muchas más culturas y más desarrolladas de lo que creía, vi las barbaridades que hicieron los colonizadores Españoles durante su reinado, leí sobre el libertador Simón Bolívar y la antigua Gran Colombia (Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá) y me di cuenta que vaya donde vaya, Estados Unidos siempre tiene un hueco (normalmente negativo) en el museo de historia nacional del país que sea. En este caso, promovió una guerra para forzar la independencia de Panamá, para pasar así a construir y controlar su famoso canal que conecta el Pacífico con en Atlántico. Una de las mil cosas que ignoraba y que viaje a viaje uno va aprendiendo…


También fuimos a Montserrate, una montaña de nombre parecido a la de Montserrat (de Barcelona), aunque no tan espectacular como esta última. Diana se tuvo que ir y yo me quede solo, pero tardé poco tiempo en encontrar compañía, pues a los 10 minutos conocí unas mochileras que también estaban subiendo en el teleférico. Me alegré de conocerlas porque me hizo dar cuenta que, pese a la mala fama que tiene Colombia en temas de seguridad, había otros mochileros  que se aventuraban a viajar por esas tierras.



Después de aborrecer el frío de la capital colombiana, decidí abandonar mi nueva y cómoda casa para ir a sitios más cálidos y empezar así mi ruta por Sudamérica. Por recomendación de mi familia, escogí ir Cartagena de Indias, una bonita ciudad colonial situada en la tranquila costa caribeña, desde donde podría dirigirme al famoso parque del Tairona. Al contrario de lo que pensaba, los vuelos nacionales en Colombia son muy económicos, por lo que pude permitirme el lujo de tomar un avión para evitar pasar más de 10 horas metido en uno de esos supositorios con ruedas colombiano.


Durante el corto vuelo conocí a Alibé, una chica de Chicago que iba a Cartagena para hacer un break del voluntariado que estaba haciendo en Bogotá. Pese a haber nacido en Estados Unidos, su sangre y su identidad propia era Mexicana, por lo que nuestras conversaciones eran siempre en español o en una especie spanglish estadounidense.


Ella iba a pasar tan solo el fin de semana y, como era una chica muy flexible, decidimos buscarnos un hostal y pasar los días juntos, visitando la ciudad, saliendo de fiesta y compartiendo nuestra afición por tomar fotos creativas.
 







  
Cartagena nos pareció demasiado turística pero su centro histórico realmente estaba muy “bacano”. Tanto sus calles de arquitectura colonial como su castillo fortificado con la muralla, hacían sentir que aquella fue una importante ciudad durante la época del reinado de España. De hecho, éste era el mayor puerto colonial español que existía durante esa época ya que era por donde salía el famoso oro de América (que muchos aún se siguen preguntando donde está) y por donde entraba el mayor cargamento de esclavos negros provenientes de África. Igual que pasaba en Cuba, en Cartagena hay una gran población de gente de color que desciende de esa gente esclavizada por los españoles.
Y hablando de Cuba, paseando por la ciudad curiosamente encontré una réplica colombiana del mítico bar de mojitos la “Bodeguita del Medio”! Lástima que mi amigo Moji no estuviera allá para verlo…


El día antes de que Alibe se fuera, ambos reservamos un curioso tour para bañarnos en un volcán cercano a la ciudad, que obviamente, no contenía ni lava, ni fuego. En el cráter de éste había un barro gris, espeso y de una densidad enorme, del cual iban saliendo unas burbujas de gas maloliente que hacían quedar mal al pobre que estuviera en ese momento encima.


La sensación al flotar era extrañísima, pese a que uno lo intentara, ¡era imposible sumergir la cabeza en el lodo! (excepto si la simpática compañera te empujaba para hacerlo, claro…)


Simpática compañera de quien tuve que despedirme ese día, no por llenarme los ojos de barro, sino porque se iba a hacer un tour por unas islas antes de volver para Bogotá. Pero como en el mundo mochilero todo es fácil y sale siempre redondo, esa misma tarde conocí a Jorge, un peruano que viajaba solo y se dirigía al mismo sitio donde yo quería, el parque nacional de Tairona . Los días con Alibé fueron educativos y divertidos, pero los próximos con Jorge prometían ser movidos y peligrosos…


Para llegar a Tairona teníamos que tomar un bus para la ciudad de Santa Marta, un taxi al cercano pueblo Taganga y un bote para el parque nacional. Teníamos pensado descansar una noche en el pequeño pueblo costero, pero al llegar, nos dimos cuenta que no sería fácil irse de allí...
El pequeño pueblo de Taganga, que teníamos por un pueblo de pescadores con poco más que cuatro casas repartidas por calles sin asfaltar, resultó ser un concurridísimo punto festivo de rumba colombiana que vibraba por la noche hasta que salía el sol. Un grandísimo número de mochileros frecuentaban el lugar, escondiéndose durante el día, pero apareciendo cual vampiro sediento de alcohol cuando la oscuridad hacía acto de presencia. 
Israelitas eran los más abundantes y, como suelen hacer cuando viajan, parecían formar su propio “guetto” con sus restaurantes, hostales e incluso discotecas exclusivas para ellos. Aunque tengo varios amigos de Israel que no son así, una mayoría tiende a serlo, y realmente no consigo entender el porqué de viajar de este modo…

Durante la estancia en el pequeño pueblo, nos hospedamos en el bien publicitado Hostal “Wayuu”, que se encontraba estratégicamente situado encima del estanco Oé!, local que nos proveía de nuestro amado ron "Medellin" noche tras noche. 



Y así, a ritmo de "Oé!, Oé! Oé!" cada noche salíamos hasta bien entrada la mañana, y cuando nos dábamos cuenta...¡el último bote para el parque ya había salido!. Siempre decíamos que la siguiente noche eso no nos pasaría y que volveríamos pronto pero, después de 4 días de haber fracasando estrepitosamente, nos forzamos a hacer la promesa de ir al parque la mañana siguiente, sin escusas de por medio.



Pese a que no pudimos aguantar sin salir esa noche, dormimos 3 horas y al día siguiente cumplimos con nuestra obligación...después de 4 días perdidos en un mar de ron añejo…¡por fin llegamos al Tairona!






El parque era impresionante, un bello paisaje costeño que durante el atardecer dibujaba una variedad cromática espectacular; en un lado, la infinidad de playas blancas con rocas varadas en la arena que, junto con el verde de frondosa selva, separaban el azul marino del claro azul del cielo. En el otro lado, estos dos azules fusionándose mediante los cálidos colores de la puesta de sol. ¡Oh my god!






Muy bonito paisaje selvático sí, pero como es normal, ¡con sus incomodidades a la hora de dormir! El esperado descanso nocturno se vio interrumpido por mosquitos, la lluvia y la dureza del “colchón” de la tienda donde dormía, pero de todos modos, me pareció mejor que la hamaca donde durmió Jorge.


Al día siguiente conocí a dos chicas en la playa y, siguiendo el rollito “easy” de mochilero, me junté con ellas para cruzar caminando el parque e ir directamente a Santa Marta, donde acordé encontrarme con Jorge (el peruano holgazán que no quiso venir caminando...) para que me trajera mi mochila que se había quedado en Taganga. Las chicas eran de Inglaterra y Holanda y cuando me dijeron que tan sólo tenían 18 y 19 años, ¡me quede alucinando! Estaba viajando cada una por su cuenta durante meses por Sudamérica hasta que se conocieron recientemente en Colombia. Increíble, totalmente impensable en una chica española. (a ver si vamos cambiando el chip…)


Una vez llegué a Santa Marta, a la hora prevista me dirigí al punto de encuentro con Jorge, donde esperé durante un buen rato deseando que apareciera con mi mochila a cuestas. Pasaban los minutos y el pequeño peruano no aparecía, lo que hacía preguntarme si el rollito “easy” de mochilero tenía a veces sus excepciones. Me acordé mucho de una situación parecida vivida al principio de mi viaje, en la ciudad de Jaisalmer (India) y pensé que con todo lo vivido desde entonces, sería una pena perder ahora mi querida mochila con la colección de parches casi terminada…


Pero no fue así, por suerte Jorge era tal como me parecía, un tío legal y cumplidor, y como tal, pese al retraso, apareció cargado con la mochila que llevaba ya 7 meses en mi espalda.
Él se quedó tan solo una noche en Santa Marta y después nos tuvimos que despedir, porque yo, que estaba cansadísimo de no parar arriba y abajo, decidí quedarme algunos días extra para descansar. Después de 7 meses viajando, solo había parado un par de veces por un tiempo de más de una semana, por lo que realmente necesitaba estar unos días durmiendo en una misma cama y sin hacer ni deshacer la bolsa con su contenido que ya me sabía de memoria.


Se suponía que me iba a quedar alguna que otra noche,¡ y al final acabaron siendo 7! “La brisa loca”, era el apropiado nombre del hostel donde estaba y me encantaba, había muy buen rollo entre sus huéspedes y trabajadores y su mediano tamaño hacia que fuera como una especie de pueblecito de viajeros locos.



Casi no salía del edificio, tan solo leía, escribía, me bañaba en la piscina y cuando caía la noche me pasaba por el bar para tomar algo durante el happy hour diario de las 8 en punto. Especialmente divertido era cuando algún atrevido se atrevía a probar el temido y aniquilador BONG del patio interior, que consistía en un embudo conectado a una manguera que descendía un total de 2 pisos de altura. Muy yankie



Como he dicho, todos estaban como cabras y el hostal parecía un zoo, a veces incluso con patos saltarines jugándose la pierna en un salto mortal en la piscina.


El Superpollo se sentía como en casa, pero pese a la locura del sitio, nunca se deshizo de su característica sensatez y se limitó a ver como los demás animales campaban por sus jaulas…

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Pero no todo eran animales en el hostal, también conocí a gente más sensata e interesante, como por ejemplo el australiano Ryan, o May, una valiente aventurera norteamericana que estaba dando clases a niños de la ciudad, dentro de su proyecto de voluntariado en Colombia. Conocí a muchos norteamericanos trabajando voluntariamente en Sudamérica y la verdad es que si no hubiera estado en el tramo final de mi viaje, me habría planteado hacer lo mismo en alguno de estos sitios.


También conocí a Sofi y a Lucía, dos arquitectas argentinas viajeras, y a Yuval, un israeliano atípico con quien me junté para viajar hasta Medellin...¡a celebrar allí mi cumpleaños!


Mi estancia en Medellín es simple de explicar; rumba y más rumba. Entre que la ciudad ya de por si es animada, que coincidía con mi cumpleaños, y que además era el fin de semana en que Nacional (el equipo de fútbol de la ciudad) se proclamó campeón de la liga colombiana, aquello fue un non stop de “¡rumba muy bacana!”. (Por cierto, menuda puntería, en México estuve el día que gano Pumas y aquí el día de Nacional…)
La ciudad era bonita, su clima óptimo (la llaman la ciudad de la primavera eterna) y sus chicas ¡eran las más guapas y simpáticas que haya visto en mi vida! Ya había oído la fama de las lindas “paisas” pero realmente no me esperaba que fuera verdad, por lo que tuve que ir a constatarlo en persona. Colombia es un país de mezclas raciales y, curiosamente,  de una ciudad a otra puede cambiar totalmente el aspecto de la gente, siendo Medellín y Cali las que tiene los cocteles más explosivo, pero atención, solo en las mujeres, puesto que los chicos tienen fama de no ser nada del otro mundo… (¡Cojonudo!)



Aunque me dolió tener que hacerlo, durante esos días tuve que planificar mi vuelta a casa y decidir el último tramo de la ruta para poder reservar el billete de regreso a Barcelona. El precio de este iba aumentando día tras día, por lo que decidí comprar el vuelo desde Guayaquil (Ecuador) antes de que me quedara sin un solo euro en mi cuenta. Odiaba tener que condenarme a la vuelta, ya que yo seguía abierto a cualquier plan o proyecto que me saliera durante el viaje, pero realmente pocas posibilidades quedaban entonces…
Como mi punto final era el país vecino de Ecuador y yo quería ir más al sur para visitar Perú, decidí entrar al país del Machu Picchu por el interior del Amazonas para evitar así pasar dos veces por el mismo sitio. De este modo, de Medellín despegué para sobrevolar la selva más extensa del mundo hasta llegar a la más remota y alejada ciudad colombiana; Leticia.


En el aeropuerto conocí a Bec, una Australiana “living la vida” total, con quien pasé todos los días visitando la zona amazónica y escuchando su pasado aventurero. Hacia unos tres años trabajaba como directora de una oficina de un banco en Melbourne, hasta que un día vio una oferta laboral totalmente fuera de lo común, aplicó para la vacante y su vida dio un giro de 180º. Consistía en trabajar en un barco para millonarios que querían dar la vuelta al mundo, por lo que pasó de estar encerrada en una misma oficina cada dia, a vivir más de dos años en el mar, visitando sitios tan increíbles como la Antardida, el Polo Norte o cualquier rincón que parezca inalcanzable en este mundo.


Recientemente había abandonado del barco para dedicar un tiempo a viajar por Sudamérica y, como no tenía muy claro a donde ir y mi plan de ir al Perú por el rio Amazonas era cojonudo, decidimos hacer el trayecto y las visitas juntos.



Antes de tomar el bote pasamos unos días en Leticia,  que constituye junto con dos pequeños poblados de Peru i Brasil, el famoso triangulo amazónico. Como después de ahí nos dirigíamos a la ciudad peruana de Iquitos (que es la ciudad más grande del mundo sin conexión por tierra), en Leticia no hicimos ningún tour por la selva y nos limitamos a ver las pocas cosas que la ciudad nos podía ofrecer; visitamos un serpentario, cruzamos a la ciudad del lado Brasileño y paseamos por sus calles, donde pequeñas curiosidades nos recordaban lo inmersos que estábamos en la jungla.




Pero la estancia en la ciudad hubiera sido aburrida si no fuera por Néstor, el feliz taxista que conocimos cuando nos disponíamos a ir a un restaurante del poblado brasileño vecino de Leticia. Para llegar allí el buen hombre tan solo tenía que cumplir la simple tarea de conducir recto por una carretera, pero en lugar de eso, nos perdimos en el camino y por poco no volcamos el inestable carrotaxi al pasar sin frenar por los interminables badenes de la frontera. Como ya se nos hizo tarde, Bec y yo nos lo tomamos a cachondeo, pasamos del restaurante y nos divertimos un buen rato conduciendo el pequeño taxi de juguete.


Poco después descubrimos el porqué de su desorientación y su inexperiencia al volante, y es que el feliz hombre ¡tan solo llevaba 6 días viviendo y trabajando como taxista en Leticia! Él era en realidad el propietario de una tienda de ropa de la lejana ciudad de Villavicencio, situada en los llanos colombianos. Por lo que me dijo esa es la zona más rural del país (la Texas colombiana), y constituye una de las 4 zonas diferenciadas de Colombia, junto con la de la costa, la Ándica y la Amazonica.  La rutina del trabajo y el hecho de ver a su hijo sin dar un palo al agua, hizo que tomara la decisión de mudarse 6 meses a la ciudad de la selva, para poder espabilar al joven y a la vez, vivir algunas buenas experiencias con su gracioso taxi.


Nos divertimos tanto con el hombre que nos lo llevamos a la cena esa misma noche y, al día siguiente, como no teníamos plan, le llamamos para invitarlo a pescar a un lago de las afueras de la ciudad (que obviamente, él no conocía). Aceptó la oferta encantadísimo, dejó de trabajar para tomarse el dia libre y nos pidió permiso para pasar por su casa para recoger a su tranquilo hijo, que yacía en el sofá mirando la tele...


Nos fuimos unos kilómetros selva adentro hasta que la carretera se hizo impracticable mucho antes del escondido lago. Para no forzar el pequeño micromachine, anduvimos casi una hora con el deseo de pegarnos un buen baño, hasta que al llegar al sitio nuestro deseo se cumplió, ¡pero sin tener que entrar en el lago!



Unas nubes negras taparon el sol abrasador tropical y, de repente, empezó a caer un aguacero de miedo que nos hizo abandonar el lago corriendo en búsqueda de algún sitio donde cobijarnos. Afortunadamente, encontramos la sencilla casa de una amable anciana que nos ofreció su techo y su delicioso café amazónico.


Estuvimos pasando el tiempo jugando con sus nietos hasta que paró de llover y Ana Maria, su nieta de 17 años, se ofreció a guiarnos caminando hasta un poblado indígena de la selva.



La verdad es que yo no iba precisamente preparado para ir a caminar por la selva; mi camiseta de tirantes de Camboya, mis pantalones de correr que me regalaron en Australia y mis Converse falsas compradas en Tailandia, me hacían parecer un turista dominguero más que un aventurero selvático como Nestor, que iba equipado con su elegante poncho de los llanos colombianos.






Después de caminar y resbalar entre barro, troncos, riachuelos y bajo la ligera lluvia que caía, llegamos a un campamento donde pudimos probar algunos productos indígenas de la zona, como el pan de yuca o la mismísima hoja de coca triturada al natural (con efectos que nada tienen que ver con la cocaína)






Una vez visitado el poblado, una larga caminata de casi dos horas nos separaba del taxi, por lo que empecé a hablar con Nestor para que me explicará cosas características de Colombia, como por el ejemplo, la elaboración de la cocaína.


Tristemente, cuando él era pequeño, tuvo que trabajar en la elaboración de la droga para ganarse la vida en su aldea y, por ese motivo, conocía todo el proceso químico a la perfección. Según me dijo, el proceso es complejo, pero básicamente consiste en dejar secar las hojas de coca extendidas en el suelo, añadir después un sinfín de productos químicos, (gasolina, ácido sulfúrico, amoniaco…) y acabar cociéndola en un horno microondas. De todo este proceso acaba quedando tan solo la cocaína pura, que posteriormente se mezcla con infinidad de polvos químicos para rebajar la pureza y aumentar su volumen final. 
En las selvas de Colombia existen cientos de plantaciones y “laboratorios clandestinos” de cocaína de los que, sus propietarios, no suelen sacar más dinero de lo que puede hacer un panadero. Y es que cultivar coca y elaborar cocaína en Colombia, no es más que un oficio artesano como cualquier otro, pero con la diferencia que en éste existe el riesgo permanente de ser detenido o asesinado si surge algún problema. El valor de la cocaína en el país es muy bajo, por lo que quien se saca tajada de su venta no son sus productores, sino los traficantes que se dedican a exportarla a distintos países (USA y Europa especialmente), en el que el precio se multiplica más de 10 veces sobre el del mercado nacional. Y no solo los grandes carteles de la droga son los que se dedican a exportarla, ya que Néstor me dijo que, varios amigos suyos que no eran narcotraficantes profesionales, en ocasiones también se habían arriesgado a traer cargamentos para España, pasando algunos con mejor suerte que otros…
Todo este proceso productivo y comercial, pese a ser ilegal, genera una increíble fuente de ingresos para el país, ya sea para los cultivadores, productores, vendedores de productos químicos o los narcotraficantes, que son los que se llevan mayor parte del pastel. Hay quien dice que el negocio de la coca en Colombia acapara la increíble cifra del 30% de los ingresos del país, superando al principal producto nacional, el café. La diferencia radica en que mientras la exportación del café ayuda favorablemente la estructura social, la cocaína, pese a generar mucho trabajo, no hace más que desestabilizar y corroer todo el sistema.


Y es que el sistema colombiano es inestable de los pies a la cabeza. Casi no hay político o policía que no sea corrupto y acepte sobornos provenientes de algún narcotraficante de cocaína, tal y como empezara a hacer el pionero y ya difunto, Pablo Escobar.
Originario de Medellín, Escobar fue considerado el causante principal de la aparición del narcotráfico en Colombia, negocio con el que llegó a convertirse en el hombre más poderoso del país y uno de los más ricos del mundo (¡su fortuna ascendía hasta 25000 millones de dólares!). 
Empezó robando coches de pequeño, importando cocaína de Perú y Bolivia después, hasta que, finalmente, se dio cuenta que la fortuna estaba en cultivar y exportar cocaína producida en Colombia, pues en aquel entonces nadie lo estaba haciendo. Se hizo rico rápidamente y su poder fue en aumento asesinato tras asesinato, llegando a la apabullante cifra de más de 10000 homicidios atribuidos a su persona  Pero su astucia le permitió lavar su imagen y se ganó a mucha gente mostrando su cara más “solidaria”; daba dinero a gente sin recursos, construía iglesias y campos de futbol y, mediante su propia ley de “plata o plomo” (soborno o muerte) consiguió incluso meterse en política y llegar hasta parlamentario.
Después de que un periódico revelara sus verdades, se emprendió una persecución contra  su persona y como respuesta, Escobar desató una ola de sangre y violencia, matando a importantes políticos y poniendo precio a cualquier cabeza de policía que le trajeran a su casa. Hubo una escabechina policial por toda la ciudad y, como medida para frenar el baño de sangre, Escobar llegó a proponer al Gobierno pagar TODA su deuda externa del país, a cambio de que estos no le molestaran y le dejaran hacer sus negocios de narcotráfico. Después de que no consiguiera el efecto esperado, el capo decidió entregarse a las autoridades pero con un amplio pliego de condiciones, como no ser extraditado a Estados Unidos (llegaron a cambiar la constitución colombiana para ello) y ser encarcelado en la famosa cárcel de la“La Catedral”. Esta era un edificio diseñado exclusivamente para el narcotraficante, con todos los lujos y privilegios inimaginables, donde ejercía su negocio con total impunidad a la vez que celebraba fiestas y orgias con sus invitados, que tenían vía libre para entrar. 
Después de que Escobar asesinara a dos de ellos por presunta conspiración, salió caminando tranquilamente del recinto y se “fugó” de la cárcel porque sabía que habría represalias en su contra. Sus enemigos se agruparon y formaron PEPES (Perseguidos por Pablo Escobar), a la vez que el gobierno creó un grupo de búsqueda para encontrar al “zar de la cocaína”. Un tiempo después, en un tejado de Medellín, estos acabarían con la vida del narcotraficante más importante de todos los tiempos.
Desde ese momento el tráfico de drogas viene disputado entre las guerrillas y los paramilitares, que hoy en día, han pasado a ser el mayor problema de violencia en Colombia. 

Conocidas mundialmente, las guerrillas de las FARC son un grupo con ideales socialistas que se creó sobre los 60 con el fin de promover la lucha armada revolucionaria, algo parecido al movimiento liderado por Fidel Castro en Cuba. En los inicios, tenían un carácter rural y promovían la autodefensa campesina, a la vez que se financiaban cobrando impuestos a ganaderos y terratenientes pero, al cabo del tiempo, vieron en el narcotráfico una nueva fuente imparable de ingresos y empezaron a cobrar impuestos a cultivadores y traficantes de coca. En respuesta a esto, los narcos junto con algunos militares formaron las autodefensas o paramilitares, que se organizaron para luchar contra el grupo revolucionario. Hoy en día la lucha armada sigue en marcha aunque no es más que por el control del narcotráfico, pues el carácter ideológico quedo más que en el olvido.
Irónicamente, quien salió más mal parado fueron las familias campesinas, pues estando en medio de ambas guerrillas, sufrían secuestros de hijos por parte de unas y se asesinaba a los padres cuando los otros veían que habían ido con el enemigo. El éxodo a las ciudades fue masivo, con lo que las guerrillas pasaron a controlar muchos de los terrenos abandonados y, a día de hoy, que se supone que la situación está más controlada, el Gobierno está intentando crear una ley para devolver todas esas tierras robadas a sus antiguos dueños.

Después de la interesantísima explicación sobre cocaína, narcos y guerrillas,  ¡casi ni me di cuenta que habíamos llegado al taxi! Ya se había hecho de noche y de la lluvia caída durante el día, el taxi se quedó embarrado, por lo que tuvimos que empujarlo para desatascar sus ruedecitas de juguete…


Ya de vuelta a Leticia, nos despedimos de Néstor y su hijo, nos dimos los Facebook (hasta en el amazonas hay feisbuc, increíble!) y, como yo aún tenia pendiente hacer algún trekk por la selva amazónica, Néstor me regalo su poncho para que fuera bien preparado…


Esos eran los últimos momentos que pasábamos en Leticia, puesto que tras despedirnos de nuestros nuevos amigos, tan solo tuvimos que tomar un bote para cruzar al lado peruano, dormir en un hotel de una isla con cortes de electricidad a partir de las 22:00 y a las 5 de la mañana, a oscuras, ¡trayecto en barco de 11 horas por el Amazonas!



Después de casi un mes abandoné Colombia, un país que poco me habría atraído hace unos años, cuando aún me guiaba tan solo por los comentarios de la gente o por los mitos existentes sobre el país. No conocía a nadie que lo hubiera visitado, pero las referencias de peligroso podían haberme hecho plantear el no ir. Afortunadamente, después de haber viajado por medio mundo, he aprendido que en todos los países hay cosas bonitas para ver y aprender y que, por mucho que se hable de un mito, no siempre es cierto.

Cocaína, secuestros, guerrillas, violencia... estas son las palabras que a uno le vienen a la mente cuando no ha estado en el país, pero debo decir que, la Colombia que yo viví, la de bonitos paisajes, gente encantadora y chicas guapas, la verdadera Colombia, se esconde tras las fronteras de esos mitos...